La familia - R. P. Víctor van Trich
No sé si os acordaréis ya de una conferencia que tuve la honra de haceros el año pasado acerca de la grandeza incomparable del oficio que han de cumplir las madres en la sociedad cristiana. Graves censuras me ha valido. Han encontrado en ella que no tuve ninguna compasión con las madres jóvenes; que les privé de las diversiones, hasta las más inocentes; que las condené a perpetua reclusión dentro de esa fortaleza que se llama “nursery” o departamento de los niños; que resucité, en fin, para ellas-sin las ventajas paganas - la clausura y los rigores del gineceo de Atenas. ¡Por Dios, no fue tan bárbaro mi pensamiento! Vamos a ver. Cuando sacáis del convento a vuestras hijas, ¿no les decís que ya no es tiempo de muñecas? Pues esto es precisamente lo que quise decir a las madres jóvenes del mejor modo que pude, que para ellas ya no era tiempo de jugar con moñas. En las nupcias romanas, antes de Jesucristo, había una ceremonia que simbolizaba haber dejado los juegos infantiles, y consistí