Ante un escaparate - Can. Emilio Enciso Viana





Fue en San Sebastián. Estaba yo esperando aun tranvía que no acababa de llegar. Para entretener la espera me puse a mirar el escaparate de una tienda de regalos.
Bolsos de señora, paraguas, juegos de café, servicios de merienda, jarrones imperio, floreros rococó, cornucopias retorcidas, apliques eléctricos con colgantes de cristal… y en un rincón muy coquetón, un velador muy bonito. Sobre el había un búcaro con flores muy lindas, y a sus dos lados, unas jarritas de cerámica blanca con adornos azules y en ellas, sendas inscripciones.
En la izquierda se leía: “Bebiendo las penas van muriendo”. La de la derecha rezaba: “Dad de beber al sediento”.
Aquellas dos jarras estaban proclamando dos espíritus contrarios: pagano el de la primera, cristiano el de la segunda; egoísta el uno, caritativo el otro; materialista que no ve más solución que la grosera de la atrofia, y de espiritualista que disfruta con el placer del espíritu de hacer el bien.

Aquel escaparate me hizo meditar.
“Así –pensé- es el mundo moderno: mucho progreso, mucho refinamiento, mucha comodidad, mucho lujo…, y en medio de los esplendores de un bienestar material, en puesto estratégico, coquetona y sugerente, la mujer. En ella hay belleza, atractivo, delicadeza exterior; es como un búcaro cargado de flores; pero en su interior habitan esos dos espíritus representados por las jarras del escaparate: materialismo y espiritualidad, paganía y cristianismo, egoísmo y caridad”.
De ahí procede el que la mujer camine por la vida a bandazos y nos muestre tantos contrastes, tantas paradojas, conductas opuestas, irreconciliables.
Así vemos en su biblioteca junto a Kempis una novela de color subido; aparece en público llevando una cruz o una medalla de la Purísima como adorno de un escote exagerado; por la mañana la encontramos en el templo, comulgando muy recogida, y por la tarde se la tropieza en un baile, desenvuelta y provocativa; en mayo le ofrece a la Virgen el sacrificio de unos dulces o de una peregrinación; pero no es capaz de ofrecerle el sacrificio de un poquito más de tela que hace falta a su vestido para ser modesto; reza el rosario con el novio, pero luego se permite familiaridades reprobables.
Hay en ella dos espíritus contrarios, enemigos irreconciliables, en plena lucha.
En inútil pretender que convivan en paz, que se entiendan.
Nadie puede servir a dos señores opuestos entre sí –ha dicho el Divino Maestro.
La realidad se encarga de confirmar la verdad del aserto evangélico. Los dos espíritus se agitan en el corazón de la mujer, se revuelven el uno contra el otro, luchan y empujan cada uno en sentido opuesto.
La pobre mujer camina como un beodo, en marcha tortuosa, bajo el impulso del momento, haciendo esfuerzos para mantenerse erguida entre patinazos y resbalones.
Tropieza en los baches, pierde el equilibrio, cae… El barro de la tierra la mancha, la suciedad de la cloaca salpica su alma, los zarzales de la vida pagana desgarran su inocencia.
Convéncete, muchacha: “nadie puede servir a dos señores opuestos entre sí”.
Ante ti un dilema: o con Cristo o contra Cristo.
Pureza o capricho voluptuoso.
Probablemente a ti no se te puede decir expresamente: pureza o sensualidad, porque de palabra rechazas a ésta.
Pero la sensualidad se enmascara bajo la capa del capricho, de la mundanalidad, de una voluptuosidad refinada, amable y atrayente; de una muy apetitosa modernidad, y te afanas por reconciliarla con Cristo.
No quieres dejar a Jesús, a quien amas; pero no quieres dejarte a ti misma, a tus gustos y vanidades, a tus cálculos matrimoniales. Busca tu equilibrio. “Nadie puede servir a dos señores opuestos entre sí”. Rompe esa “jarra” materialista, pagana, que encierra el fermento de la sensualidad.
¿Dos criterios? No; un solo criterio.
Claro está que las que quieren unir lo insociable, en general carecen de criterio alguno.
Tú debes tener un criterio cristiano, firme y sólido.
A formarlo pretende ayudarte este libro.
Por delante te lanza un lema completivo de ideal, ilusión, juventud y grandeza de alma: PUREZA.

-La muchacha y la pureza, Can. Emilio Enciso Viana.

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