El baile - Cngo. Emilio Enciso Viana
«Padre, ¿puedo bailar?», preguntan continuamente las
jóvenes a los sacerdotes, y al recibir la respuesta negativa, suelen replicar,
aduciendo en su favor a SAN FRANCISCO DE SALES. Este Santo, en la Introducción a la vida devota[1],
dice que se puede bailar cuando se toma el baile por recreo y no por pasión,
cuando es de corta duración, y aun así y todo, raras veces.
Es
cierto; así lo dice San Francisco de Sales; pero atiéndeme, lectora, si tú eres
de las que esgrimes el testimonio del santo obispo de Ginebra: ¿estás tú
dispuesta a adoptar las precauciones que él exige para que el baile no
perjudique?
SAN
FRANCISCO comienza por decirte que los bailes son como las setas, «que las mejores
no valen nada»; y añade: «Lo mismo digo de los bailes, que los mejores no son
absolutamente buenos», y si tú eres buena cristiana, esta afirmación debería
bastarte para no bailar.
Además, de los tiempos del Santo de Sales a los de ahora los bailes han empeorado muchísimo. En su época había mucha liviandad, pero no se había llegado a la manera vergonzosa de bailar que se estila en nuestros días.
En la época moderna se ha viciado el baile, se ha
manchado de tal manera, tanta inmundicia se ha acumulado sobre él, que no se le
puede utilizar sin mancharse.
Según el
capítulo anterior, es ilícita toda diversión impura o que a la impureza
conduzca; ¿y podrá conservar incólume su pureza una joven que se divierte,
desenvuelta, en uno de esos bailes de buen tono, de la buena sociedad; uno de
esos «bailoteos de hotel —son palabras de Benavente[2]—,
que han puesto a las señoritas de hoy al nivel de las antiguas criadas»; uno de
esos bailes cuyos salones, según el P. VILARIÑO, «están alfombrados de pecados, de jirones de inocencias allí desgarradas»;
en los que, en expresión de JACOBO SCHMIT, «la
joven que penetra inocente, sale con la inocencia perdida»; que han sido
llamados por PILAR DE CAVIA «sentinas de
vicio oculto y amable»; de los que dice el novelista PEREDA que son «un circulo, cuyo centro es el diablo», y
la condesa STAEL, que son «una inmolación
voluntaria y funesta del pudor»?
Escucha
las frases duras del vizconde de BRIEUX SAINT-LAURENT: «El baile de etiqueta, tal como lo exige la sociedad, es el vestíbulo de
las casas públicas[3]».
Y, por
encima de todos estos testimonios, escucha la voz de la Iglesia: BENEDICTO XV[4]
llama a los bailes modernos exóticos y bárbaros, y dice de ellos que «no podría darse medio más adecuado para
acabar con todos los restos de pudor».
Pio XI
escribió en su primera encíclica: «Ha
pasado los límites del pudor la ligereza de las mujeres y de las jóvenes, especialmente
en el vestir y en el danzar[5]».
No me
digas que los bailes a que tú acudes son decentes y asiste un concurso selecto.
Todos los bailes son lo mismo, y no admito entre ellos otra diferencia que
ésta: en los unos, se peca con educación y elegancia, y en los otros, con modos
zafios y rústicos; en los unos, la grosería y los instintos brutales visten de
seda y smoking, y en los otros se
cubren de percal, y también de seda y de americana.
Todos son lo mismo; y no me insistas en que no has
observado nada en los bailes a que has concurrido. Eso se lo puedes decir a tu
mamá, que, por ceguera maternal o por egoísmo, te creerá; pero nunca a un
sacerdote, porque nosotros, por nuestro ministerio, somos los encargados de
recoger las barreduras morales de los bailes.
La experiencia que me da el ejercicio del ministerio sacerdotal me ha convencido de que ninguna persona que frecuenta los bailes puede ser pura, y que es muy difícil participar en un baile y no pecar. Sabiendo esto, la muchacha que penetra en un salón de baile, con sólo cruzar su dintel se mancha.
Aún más:
la que participa en el baile es responsable de los pecados que otros, con
ocasión de ella, cometan, pues sabe que va a dar lugar a ellos. No exagero:
allí se produce un corto circuito, y es lógico que salte la chispa y prenda la
llama.
No me
insistas aún, diciendo que tú bailas por bailar, por recreo, por pasatiempo y
nada más. Acaso, por irreflexión, hayas llegado a creer que es así; obsérvate y
te convencerás de lo contrario.
¿Por qué
no bailas sola o con otra chica? ¿Por qué buscas siempre bailar con un chico?
¿Por qué no te es indiferente bailar con cualquier muchacho formal, sino que te
hace ilusión y buscas al que posee tipo, simpatía, etc.? Convéncete: no bailas
por bailar; bailas...
[1] Introducción a la vida devota, parte 3.,
cap. XXXIV
[2] JACINTO
BENAVENTE: De muy buena familia, acto
II, escena II.
[3] Voz
de alarma a los sacerdotes y a los padre de familia sobre los males físicos y
morales de los bailes modernos (1858)
[4] Encíclica
Sacra prope diem, 6 enero 1921.
[5] Encíclica
Ubi arcano Dei. AZPIAZU: Ob. cit.,
pág. 299.
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