Escoge bien tus vestidos - Mons. Tihamér Tóth & María Rosa Vilahur

 

Quisiera darte algún consejo práctico. Son muchas las jóvenes que, en el afán de agradar, olvidan la honestidad; sin embargo, el agrado y la modestia nunca debieran separarse. ¡Este es el secreto de la joven auténticamente cristiana!

Cierto que es conveniente cuidar de las gracias exteriores; en ellas reside, si se quiere, buena parte del atractivo femenino; pero el afán de dominio y de conquista no debiera hacerte olvidar, querida mía, que de no ir reunidas esas gracias a las del corazón y del entendimiento, todo triunfo será ficticio. Poca solidez tiene lo que no acompaña la virtud.


Las muchachas, generalmente, suelen estar convencidas de que la belleza por sí sola es lo único que puede darles el dominio, la conquista que ambicionan. ¡Lamentable equivocación! “La hermosura por sí sola no basta para agradar continuamente”, ha escrito una mujer, madame de Lambert.

Para la joven cristiana de verdad, su mayor interés ha de concentrarse “en agradar con la dulzura, las atenciones, el espíritu de orden, el amor al trabajo, el afecto desinteresado, la paciencia y la cordura. La hermosura más fresca y lozana desagrada si a ella van unidas la exigencia, la aspereza, el egoísmo y los arrebatos”, continúa la citada escritora.

El deseo de agradar, de triunfar, lleva a María Antonieta, de Francia, a retratarse con la cabeza adornada de monumentales penachos. Envía el retrato a su madre. María Teresa, la austera emperatriz de Alemania, se lo devuelve acompañado de estas palabras: “No; éste no es el retrato de una reina de Francia; se han equivocado: es el de alguna actriz”.

He aquí dos mujeres que triunfaron en la vida, pero de modo muy diferente: María Antonieta, dejando su cabeza en la guillotina, pasa a la posteridad como inconsciente y desgraciada, símbolo de los pecados de todo un pueblo; María Teresa, llena de cordura y magnanimidad, como símbolo de la grandeza del pueblo a quien amó.

La una se afanó por la belleza y no supo dar eternidad a su vida, tan sólo tuvo un gesto de energías; ¿cuándo? Al subir a la guillotina, condenada por su lujo y despilfarro. La otra llenó su vida de valores eternos, derramando las gracias de su corazón y de su entendimiento.

Tú, amada joven, ¿qué modelo escogerás? Ten muy en cuenta para tu gobierno que no son las jóvenes más lindas y mejor formadas las que consiguen la victoria en el mundo de las conquistas. Suelen fiarse demasiado de sus ventajas naturales. En su orgullo de atraerse todas las miradas, creen que les basta su presencia para triunfar. ¡Cuántas recogen amargos desengaños!

Por eso jamás te quejes de tus cualidades naturales, ni envidies a otras. En el difícil arte del agrado, una mujer, a fuerza de querer aparentar lo que no es, puede convertirse en una cursi…, en una ridícula… y también, por desgracia, en una descocada…

De estos defectos quisiera ver libres a mis lectoras al estrenar sus gracias en el gran teatro del mundo.

Una exhibición exagerada en punto a vestidos, peinados y adornos, puede poner en gran peligro la pureza femenina; por eso quisiera darte algunas reglas que te ayuden y que debes interpretar discretamente siempre que intentes de agradar.

Primera. – Conserva y realza los atractivos de que Dios te dotó.

Segunda. – Procura atenuar y corregir las imperfecciones que tengas, pero con tal arte y discreción que no desfigures tu persona.

Tercera. –Muéstrate, anda y habla con gracia, sin afectación ni modales violentos.

Cuarta. – Aprende a vestir con elegancia y huye de las exageraciones. La exageración denota siempre mal gusto, aparte de revelar insignificancia personal.

Te aconsejo que en orden a las modas nunca las aceptes de repente y por capricho. Estudia antes lo que conviene a tu persona: piensa si con ellas favoreces la guarda de tu pureza o la perjudicas. Se puede ser muy elegante sin recurrir al descaro. No es la moda tan tirana que cierre el paso a la joven de principios cristianos.

Por otra parte, la muchacha de complexión muy desarrollada no puede aceptar determinados vestidos y adornos, que otra figura delgada podría elegir. Ambas pueden vestir muy bien, pero nunca igual.

Y, sobre todo, ten muy presente que tu persona no ha de ser cebo de tentaciones, sino alentadora del bien obrar y de las castas ilusiones. Aquí la dificultad mayor: muchas jóvenes, vistiendo con descaro, quéjanse después de las persecuciones de que son objeto. ¿Suya es la culpa? No son malas, sino inconscientes. Domínalas el deseo de agradar, cueste lo que cueste. ¡Pobrecitas! Olvidan que tienen alma y que son cristianas. ¡A cuántas confunde su atuendo con las desgraciadas del arroyo!

Huye, joven querida, huye con santo horror de la exageración. Todo lo echa a perder y denota siempre falta de educación. No hagas del agrado un arte afectado, porque con facilidad caerás en el ridículo.

Confieso que son muy pocas las mujeres que saben hacer buen uso del sentimiento del agrado: unas, por hermosas, se infatúan con su hermosura; otras hacen esfuerzos que aburren a quienes las tratan… Pero tú debes cifrar tu ideal en ser elegantemente modesta y cristianamente elegante.

“La moda –decía un pensador- es una dama pagana, a la que hay que bautizar para convivir con ella". ¡Cuidado! No te entusiasmes tanto que termines siendo pagana en lugar de ser tú quien la convierta en cristiana.

Mis jóvenes lectoras, ¡alerta con el imperio de la moda, no seáis sus esclavas! Vestid bien, pensando siempre que debéis agradar…, pero no tentar, inspirando el mal. ¡Ay de aquella por quien venga el escándalo! –dijo el Señor.

La Iglesia, velando por el bien de las almas, ha trazado ya sus normas a la mujer cristiana; procura conocerlas y aplicarlas con buena intención. Tu conciencia nada te reprochará a la hora de la muerte.

-Mons. Tihamér Tóth y María Rosa Vilahur, Pureza y hermosura.

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