Sobre vocaciones y la soltería – Emily Stimpson

 


Una respuesta optada por muchos sacerdotes, algunos obispos, y montones de bienintencionadas parejas casadas es la de tratar de consolar a los católicos solteros cantando las alabanzas de la vocación de la soltería. Hablan sobre todas las buenas obras que las personas solteras pueden hacer, todas las diferentes maneras en que podemos donarnos y todas las oportunidades abiertas para nosotros gracias a nuestra soltería.

Sus intenciones son buenas. Pero toda esa charla trae poco consuelo. Para muchos, no suena correcta. Eso puede tener algo que ver con el hecho de que incluso la gente que usa del término “vocación de la soltería” no siempre sabe qué significa. Es un término que ellos hay sacado del léxico católico sin pararse a considerar su definición. Otros la usan de manera imprecisa. Sin clarificar el término en su contexto.


Ambos problemas nacen del hecho de que la idea de la vida en soltería, sin consagrar, como vocación es una novedad… Al menos en el sentido en que los bienintencionados católicos usan el termino hoy en día, equiparándola a la vocación del matrimonio o las Santas órdenes. De hecho, no es mencionada en ninguna enseñanza magisterial. En ninguna encíclica. En ninguna exhortación apostólica. Y tampoco en el catecismo.

La Iglesia, para sorpresa de nadie, ha reconocido que las personas solteras existen. Sería bastante difícil ignorar este hecho. Incluso conseguimos una mención en el párrafo 1658 del catecismo. Eso, como sea, es la sección que trata sobre la vocación al matrimonio, y el párrafo básicamente dice a los pastores y a las parejas de esposos que nos recuerden y tengan piedad de nosotros. No equipara la vida en soltería sin consagrar al matrimonio. Y eso es por una buena razón.

 La pieza del catecismo:

“Nosotros debemos también recordar al gran número de personas solteras quienes, por alguna particular circunstancia que tienen que vivir, generalmente no por elección, son particularmente cercanos al corazón de Jesús y por lo tanto merecen especial afecto y una activa solicitud de la Iglesia, especialmente de los pastores. Muchos permanecen sin una familia debido a condiciones de pobreza. Algunos viven su situación con el espíritu de las bienaventuranzas, sirviendo a Dios y al próximo de manera ejemplar. Las puertas de los hogares, de la ‘Iglesia domestica’, y de la gran familia que es la Iglesia deben permanecer abiertas para todos ellos”.

—Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1658

Una vocación primaria.

Antes de que vayamos más lejos, asegurémonos de que tampoco estamos exponiendo nuestros términos  de manera frívola. Cuando la Iglesia habla de la palabra “vocación”, ¿qué quiere decir?

Algunas veces, se refiere al viaje o al camino que seguimos, el viaje hacía la santidad. A la santidad

Dios te llama a ti, a mí, y a todos los miembros de la raza humana. Por eso es que este es un camino llamado usualmente como la “vocación universal”.

Como nos dice el Catecismo, Dios nos ha creado para vivir en amorosa unión con Él por toda la eternidad (C 772). Una relación nupcial con Él es para lo que existimos, para lo que han sido creadas nuestras almas. Entonces nuestra vocación, nuestro trabajo en esta vida es acceder a nuestro destino. Así que la santidad consiste en estar en estado de gracia, y la gracia es sobre todo una cosa de Dios, la carga de trabajo en este viaje es hecha por el mismo Dios. Lo cual es una estafa de nuestra parte. Nosotros sencillamente tenemos que recibir la gracia que Dios nos ofrece y hacer en cambio nuestro mejor esfuerzo para donarnos en amor hacia Él y hacía otros.

Este es un significado de la vocación: el camino que seguimos. La otra es lo que hacemos durante el camino. Esa es nuestra vocación secundaria. Abarca nuestras ocupaciones de nueve a cinco (carniceros, panaderos, hacedores de velas) además de nuestras diversas actividades apostólicas (cantar en el coro de la iglesia, voluntariado a la clínica de embarazos en crisis, servir comida a los presos). También puede abarcar el sufrimiento de ciertas pruebas o situaciones de vida. Piensa en esas personas con serias enfermedades crónicas a quien usualmente nos referimos como que tienen una “vocación para el sufrimiento”. Esa es una vocación secundaria. Es algo que tú haces (o padeces) que te ayuda en tu camino hacia la santidad.

También hay, desde luego, otro significado de la palabra “vocación”, y tiene que ver con cómo, siendo adultos, avanzamos en nuestro camino hacia Dios, ese “cómo” es llamado nuestra “vocación primaria”. Tradicionalmente, la Iglesia ha identificado tres: Sagradas órdenes, Matrimonio y Vida consagrada.  Las Sagradas órdenes pueden referirse al diaconado, pero más comúnmente al sacerdocio y al obispado. Matrimonio significa la unión permanente entre un hombre y una mujer. Y la vida consagrada es la frase que aplica a los hermanos y hermanas religiosas, así como los seglares que, como los numerarios del Opus Dei, se consagran al servicio del Señor.

Cada una de esas vocaciones primarias es definida por la donación de uno mismo. Los sacerdotes se dan a la Iglesia de Cristo. Los casados se dan a un esposo o esposa. Y las personas consagradas se dan directamente a Dios: ellos viven desde ahora la relación (con Dios) que todos estamos llamados a vivir en la eternidad.

En el caso particular de cada vocación primaria, el don de uno mismo no es una cosa transitoria o temporal. No es dada un día y devuelta el siguiente. Más bien, el núcleo de la relación son los esponsales.  Es exclusiva, total y duradera. Cuando el don de sí mismo es hecho a Dios, la duración es “por toda la eternidad”. Cuando la entrega de uno mismo es dada a otra persona, es solamente hasta que la muerte los separe. Como sea, la idea es la misma: tú, completamente y libremente te das a otro, y a través de esa donación, es que persigues tu vocación universal: la santidad.

Se puede decir que a través de una relación esponsal te preparas para otra: la relación esponsal a la que Dios llama a tu alma. Cuando la consideras bajo esa luz, la vocación primaria no es solamente el “cómo” en tu viaje hacía la santidad. Es con quien haces el viaje.

Para saber quién será tu compañero en el viaje hacia la eternidad, la Iglesia, otra persona, o Dios mismo, tendrás que hacer la pregunta en la oración. Pero, directores espirituales y aquellos encargados en ayudar a la gente con su discernimiento vocacional han antiguamente acuñado el principio de que si tienes un fuerte y duradero deseo hacia cierta vocación, un deseo que ha durado a través de años de oración y discernimiento, lo más probable es que estés llamado a esa vocación. Eso se debe a que la vocación primaria a la que Dios te llama es aquella que te ha hecho desear. Es la vocación que te ayuda a ser más auténtico, a ser más la persona que Dios te ha creado para ser.

 

Vocación. (Sustantivo)

Santidad. Hacía donde vas. (Vocación universal).

La relación esponsal con Dios, la Iglesia, u otra persona que te ayuda a llegar hacía tu destino. (Vocación primaria).

Lo que haces mientras caminas hacia tu vocación universal, ej., tu trabajo, tu apostolado, tus sufrimientos. (Vocación secundaria).


¿Una falsa vocación?

 

¿Entonces donde en todo esto que hemos hablado encaja la “vocación de la soltería”? ¿Es siquiera una vocación real?

Eso depende a qué te refieras como vocación.

Si te refieres a que se puede considerar como parte de la vocación secundaria de alguien, entonces definitivamente. La soltería puede ser una cruz, una fuente de conflictos y sufrimientos ofrecidos a Dios conforme viajas hacía Él. También es una oportunidad, sea corta o larga, de servir a Dios y a otros de una manera única. Es definitivamente algo que haces durante tu viaje hacia la santidad.

¿Pero es la soltería sin consagrar una vocación primaria? En algunos círculos católicos, el juicio queda pendiente. Pero es difícil ver como la respuesta podría ser algo más aparte de no.

Recuerda, las vocaciones primarias son exclusivas y duraderas. Una vez que te entregas a otro, Dios, la Iglesia, un esposo o esposa, no te puedes dar a nadie más. Jamás. O al menos no sin la intervención de la muerte o un tribunal.

 Y ese no es el caso con la soltería sin consagración. Es un estado de vida que generalmente es transitorio y siempre, al menos técnicamente, fácil de dejar. En otras palabras, no tienes que obtener el permiso de un tribunal para dejar de ser soltero. Se supone que debes de dejar de estar soltero. Se supone que debes entrar en una relación esposal con alguien, la Iglesia, Dios, u otra persona. Fuiste creado para una relación esponsal, no sólo en la eternidad, sino también en el tiempo. Y tu relación esponsal en el tiempo te prepara para tu relación esponsal en la eternidad. Es lo que te ayuda a completar tu viaje a la santidad.

-The Catholic Girl's Survival Guide for the Single Years: The Nuts and Bolts of Staying Sane and Happy While Waiting for Mr. Right, por Emily Stimpson

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