Tu manera de vestir – Mons. Tihamér Tóth & María Rosa Vilahur

 


El movimiento espiritual se traduce en movimiento corporal, y el proceso interior se manifiesta muchas veces en lo externo, porque el hombre consta de alma y de cuerpo. Así, pues, tiene razón, si no en todo, por lo menos en parte, el dicho latino: “Et facues testis, quales intrinsecus estis”; es decir: «Vuestra cara delata cómo sois en vuestro interior».

El exterior de la joven educada, su modo de vestir, el aseo de su cuerpo, ha de ser la expresión del orden interior, de un espíritu disciplinado, de una limpieza espiritual.

Todas las veces que me encuentro con una joven desaliñada, que lleva los zapatos sin limpiar, sin lavar la cara, las uñas con orla de luto, el cabello sin peinar, el traje con manchas, no puedo menos de pensar en el desorden que ha de reinar en su alma, en la basura y suciedad que allí dentro debe de haber.

Esfuérzate por tener un aspecto agradable, un exterior ordenado. Naturalmente, no quiero inculcarte que seas esclava de la moda, que llenes tu cara de cosméticos…; no voy a recomendarte ni por asomo, que te llenes de perfumes y polvos, ni que te pintes los cabellos. Me refiero al aseo de tu persona y de los vestidos. Esto es lo que deseo inculcarte.

Llamo la atención especialmente de todas aquellas jóvenes que, oriundas de familias modestas, se ponen en contacto por sus amistades y estudios con capas sociales de más altura y desean conquistarse cierta posición en la vida.

Cuando estas jóvenes haya de presentarse en sociedad les perjudicará no sólo su porte menos distinguido, sino también el olor de su traje, aquel “olor de pobre”, que las impregna con tanta mayor facilidad cuanto que han de vivir apiñadas en cuartuchos de aire corrompido, durmiendo en cama húmeda y llevando la ropa sin lavar días y días.

La sociedad distinguida esboza una mueca de menosprecio al sentir este “perfume de mendigos”. Y con razón, porque con ello no hace de menos al pobre, como tal, sino desprecia sus malos hábitos, perjudiciales a la salud y opuestos al sentido de la pulcritud: hábitos que no pueden achacarse por completo a la pobreza.

 Quien se lava con frecuencia, la que se baña, la que se cuida de la limpieza y de la higiene, la que gusta del aire libre y de los rayos del sol, no será mirada con desvío ni aun en las reuniones más distinguidas, aunque sea de familia modesta.

La limpieza es importante, no sólo para la salud, sino también para la estética. La colegiala o estudiante de manos sucias, de dientes descuidados, de cabello desgreñado, no causa buena impresión.

En cuanto al traje, no es necesario que sea de última novedad. No está esto al alcance de todas las fortunas; pero si pueden todas las jóvenes procurar que su vestido, aunque viejo y remendado, no tenga manchas de grasa, no este agujereado, cubierto de barro o de polvo, o a falta de botones vaya mal cerrado con alfiler…

No basta tampoco que estén limpios el escote y los sobacos, sino que ha de serlo también todo el traje y tu ropa interior. Lávate con frecuencia; lávate las manos antes de comer y cámbiate tu ropa interior lo más a menudo posible.

Lavarse los dientes no es frivolidad, sino una exigencia grave de la higiene. La que tiene mala dentadura corre peligro de enfermar del estómago, porque no mastica bien. Después de cada comida, quítate los restos alimenticios que se hayan metido entre los dientes. Pero… con un palillo. No con alfiler ni con clavo ni con otro objeto agudo, que quita el esmalte de la dentadura.

Antes de acostarse cepilla bien tus dientes. El bicarbonato o el perborato son un buen dentífrico. Puedes usar otro; pero éstos son baratos y tan buenos como los demás.

Naturalmente, las jóvenes suelen pecar también de otro extremo, cuando se hacen afectadas y vanidosas. Es de un francés la frase chispeante: «Los locos inventan la moda y los cuerdos la siguen».

El cuerpo limpio en vestido aseado es la mejor moda.

Paréceme muy vacía la joven que no sabe descubrir en sí otro valor que servir de percha al escaparate de una tienda de novedades.

 Medita las palabras que San Juan Crisóstomo dirigió a las mujeres: «La vanidad es la prueba más evidente de la pobreza interior».



He recomendado la cortesía, la educación; pero no te aconsejo que te aprendas de memoria un complicado sistema de etiqueta y que al andar por la calle parezcas una bailarina en plena actuación.

La joven casta y seria evita el ser llamativa en su modo de vestir. Lo hace como las otras jóvenes de la ciudad en que vive. Si vive para sus trajes, da entender que es una cabeza hueca; si llama la atención por su desaliño, todo el mundo la censura diciendo que no soltó todavía el pelo de la dehesa.

Amoldate, hasta cierto punto, a las costumbres sobrias de la época. Hoy usamos trajes distintos de los que se llevaban en la Edad Media, y, claro está, que no pueden andar por la calle con un traje a lo María Antonieta, con peluca empolvada.

 

 


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